[Microensayo] Máquinas naturales
Mírate. Mírame. ¿Dónde terminan y empiezan los límites de nuestros organismos? ¿De aquello que llamamos “nuestro ser”? La relación de nuestros cuerpos con el entorno, con otros cuerpos, y con sí mismos depende de una serie de interacciones que parten de la física más elemental, la biomecánica, tanto como de una serie de procesos de regulación, monitoreo y toma de decisiones que encuadramos dentro de la cibernética, la ciencia de las relaciones entre y dentro de los sistemas.
Todo movimiento es un baile entre fuerzas, presiones, puntos de apoyo y relaciones de equilibrio, orientado a un fin, bajo el conocimiento subjetivo del organismo. El trabajo, la fuerza realizada para el desplazamiento de cualquier cuerpo, es posible mediante una aportación energética que se obtiene del metabolismo. Lo que comemos, bebemos, respiramos y excretamos se convierte en trabajo interno y externo.
A lo largo de la evolución, los seres vivos hemos adquirido y desarrollado arquitecturas corporales dirigidas a optimizar los movimientos. Palancas, poleas, ruedas, tornillos y cuñas. Máquinas naturales engranadas como músculos, huesos, artejos y tendones, que responden a las necesidades sentidas y subjetivas de centros y sistemas de control.
Un proceso extracorpóreo, que exporta las fronteras del organismo a su medio inmediato, su nicho, sus útiles, su territorio. Herramientas mecánicas que extienden sus límites. Un ambiente subjetivo que se construye y transforma de forma activa. Termiteros, telarañas, bosques, barrios, ciudades.
Todo proceso tecnológico es, en suma, un proceso natural. Las máquinas y herramientas son extensores que maximizan nuestra fuerza de trabajo mecánico sin romper con nuestra ontogenia. La autonomía de dichas herramientas supone la liberación de los procesos más costosos y complejos en esta relación: la inteligencia.
El uso de extensores semiautónomos, de organismos imbricados, es norma natural. De la simbiosis a la domesticación. La construcción de autómatas constituye un nuevo salto en una dinámica, por lo demás, ordinaria. Una coherencia macroscópica, más con enorme importancia para nuestra relación inter e intraespecífica.
Con la revolución industrial, los seres humanos y, por extensión, la biosfera, experimentó un salto tecnológico sin precedentes. El metal y el carbón sustituyeron al músculo, la madera, expandiendo y acelerando nuestras capacidades de transformación mecánica del entorno.
Ahora estamos viviendo la revolución de los mecanismos cibernéticos, del automatismo y la inteligencia artificial. El silicio se configura como una nueva forma de vida. Máquinas bioinspiradas, producidas por organismos cibernéticos, que nos fuerzan a redefinir nuestras relaciones laborales, sociales, habitacionales y corpóreas… ¿orgánicas?
Quizá, después de todo, nuestras extensiones, todo lo que somos y no somos, definan nuestros límites y potenciales. Una historia tecnotrópica. Un devenir dialéctico.